Ella me mira desde sí misma, sin vergüenza. Sus ojos me miran desde la masa gris que los respalda y me atraviesan. Siente curiosidad a su vez por la manera en que yo la miro a ella y trato también de traspasar la barrera que ha puesto. Parece tranquila, pero le gustaría saber en qué estoy pensando, y en ese juego de adivinanzas espirituales nos pasa el tiempo jugando a las adivinanzas verbales.
- Canta para mí, por favor – me dice, y con mi voz, sucia de noche, y mi guitarra, esbozo sin pudor algunos temas que en otro momento podría reproducir con más detalle, con la tranquilidad que me da saber que no me juzga. No está aquí para juzgar ni ser juzgada.
Nos acariciamos a veces con besos, suaves como suaves son los temblores que suceden a un intenso terremoto. En esos momentos, los ojos que tan inquisitivamente tratan de desnudarse mutuamente, se vuelven tímidos, y se cierran.
Una barrera relativa nos separa, y todos los puentes nos unen…
Entre gestos y ternura saciamos otro tipo de sed. Inmaterial. La de ella de recibir y la mía de que me permitan dar.
- Guapa – la llamo sin querer evitarlo.
- ¡Qué bien mientes! – se apresura a esquivar. Lo es, por dentro y por fuera. No se si lo sabe.
Entrelaza sus dedos con los míos mientras reposa la cabeza sobre mi almohada, que esta noche aún conservará su olor entremezclado con el mío propio. Entretejo mis pensamientos con los suyos. Entreabre la boca y yo se la entrecierro. Entre todo se escapa el tiempo a cámara lenta.
Le gusta oirme hablar, y a mí absolutamente todo lo que tenga que ver con su boca, su sincera boca que rehúye pronunciar palabras que sus ojos no apoyen.
Me habla de amigos, de ocio y negocio, de tiempo y de espacio, despacio… su voz es suave. Ella es suave.
Los abrazos duran horas y la tarde nos sorprende. No tiene prisa en irse, ni yo en que se vaya, pero así va a ser, quizá para siempre.
Aquí está todavía – pienso - y está conmigo.
- Encantado de conocerte.
Sonríe.
23 jun 2010
El primer día del verano
14 nov 2009
Papeles barridos I
22:30
Atravieso el portón de acceso al cuartel.
Mala suerte, el encargado de hoy es el idiota. Según he oído, no hace mucho que es encargado y supongo que todavía no sabe que portarse como un capullo prepotente no le garantiza el respeto de sus subordinados.
No me va a amargar la noche.
Quizá el partido lo haga. Hoy la selección se juega algo importante, parece.
Esta tarde intenté encontrar un bar donde poder tomarme algo con mi novia, pero en todos había una pantalla verde y ruidosa, y mucha gente mirándola sin perder detalle.
Odio el fútbol en la tele, es un hecho. Odio la intoxicación de fútbol que hay en los medios. Odio que la mitad de cualquier informativo se dedique al fútbol. Como si no hubiera cosas más importantes. Aún más, como si el fútbol fuera importante en absoluto… y sin embargo ese partido tan importante arrastra una cantidad también importante de gente, que con su importante falta de civismo genera, entre otras cosas, una importante cantidad de basura a su paso por las calles.
Basura que recogeré yo.
La plaza que mis compañeros ya conocen por el nombre que yo le he puesto, La Plaza de las Pipas, estará llena de cáscaras, de bolsas de golosinas, y aún peor, de restos de esas golosinas, pegados al suelo, insertados en rincones imposibles. Llena de corchos que los propios camareros de la sidrería de la esquina tiran al suelo sin miramientos.
Lo único bueno que tiene empezar el trabajo tan encabronado es que voy a buen ritmo y después puedo aminorar y comienzo a relajarme.
Cuando salgo del cuartel con mi carrito y todos los instrumentos necesarios, el partido ha terminado. Ha ganado la selección española, así que ahora además la gente saldrá a celebrarlo. ¡Mierda!
Hay alguien que tampoco está celebrando la victoria patria. A mi lado pasa una figura sollozante que solo veo de espaldas cuando me rebasa. Seguramente lleva algo pesado en brazos, aunque sus suspiros son un poco exagerados para ser causados por el peso del fardo. Por debajo de su brazo izquierdo puedo ver asomar la esquina de alguna tela de cuadros.
A eso de las 3 mi cuerpo empieza a dar señales de cansancio, no tanto por el trabajo en sí, como por el desgaste de llevar tantas horas siendo propulsado por la rabia.
El cuerpo arrastra a la mente, que, como si solo estuviera obligada a cumplir los servicios mínimos, pasa de la hiperactividad a la absoluta concentración en las tareas mecánicas.
Lleno y vacío los cubos de mi carro una y otra vez. Maldigo y sudo.
Esta noche los ecuatorianos que se reúnen en la cancha de fútbol del campus también han estado de alguna manera pendientes del partido. Hay muchas más latas vacías que de costumbre, y también más bolsas de aperitivos con nombres pintorescos.
Algunos negocios de este barrio parecen hacer funciones de local social, porque si no, no se explica que pueda haber siempre tantos restos de comida rápida delante de una peluquería afro.
Sigo avanzando calles, llenando y vaciando cubos. Maldigo y sudo.
El local de aquella esquina nunca hace ruido, ni tiene luz, ni nombre en el exterior, pero de vez en cuando se ve a alguien entrando nervioso o saliendo sudoroso por lo que parece una puerta accesoria.
Sudo y maldigo; a buen volumen, y solo mis palabras y el paso de unos pocos coches rompen el silencio. Hay otro sonido que intenta llamar mi atención, aunque no lo consigue a nivel consciente. El oído percibe y la mente procesa, pero en segundo plano.
Solo veo escoba y basura. Solo oigo el ruido de los coches, el de la escoba arrastrando la basura, el de los santos bajando del cielo por la acción de mis palabras y el llanto de un bebé.
¡Ostia!
Me incorporo y echo un vistazo alrededor. Todo es silencio. Un coche. Silencio otra vez.
Recorro todas las ventanas de todos los pisos de los edificios que tengo a la vista. Todo está cerrado, las luces apagadas, y yo, inmóvil y algo agitado otra vez, como si no quisiera aceptar la idea que empieza a nacer, meneo la cabeza.
Atravieso el portón de acceso al cuartel.
Mala suerte, el encargado de hoy es el idiota. Según he oído, no hace mucho que es encargado y supongo que todavía no sabe que portarse como un capullo prepotente no le garantiza el respeto de sus subordinados.
No me va a amargar la noche.
Quizá el partido lo haga. Hoy la selección se juega algo importante, parece.
Esta tarde intenté encontrar un bar donde poder tomarme algo con mi novia, pero en todos había una pantalla verde y ruidosa, y mucha gente mirándola sin perder detalle.
Odio el fútbol en la tele, es un hecho. Odio la intoxicación de fútbol que hay en los medios. Odio que la mitad de cualquier informativo se dedique al fútbol. Como si no hubiera cosas más importantes. Aún más, como si el fútbol fuera importante en absoluto… y sin embargo ese partido tan importante arrastra una cantidad también importante de gente, que con su importante falta de civismo genera, entre otras cosas, una importante cantidad de basura a su paso por las calles.
Basura que recogeré yo.
La plaza que mis compañeros ya conocen por el nombre que yo le he puesto, La Plaza de las Pipas, estará llena de cáscaras, de bolsas de golosinas, y aún peor, de restos de esas golosinas, pegados al suelo, insertados en rincones imposibles. Llena de corchos que los propios camareros de la sidrería de la esquina tiran al suelo sin miramientos.
Lo único bueno que tiene empezar el trabajo tan encabronado es que voy a buen ritmo y después puedo aminorar y comienzo a relajarme.
Cuando salgo del cuartel con mi carrito y todos los instrumentos necesarios, el partido ha terminado. Ha ganado la selección española, así que ahora además la gente saldrá a celebrarlo. ¡Mierda!
Hay alguien que tampoco está celebrando la victoria patria. A mi lado pasa una figura sollozante que solo veo de espaldas cuando me rebasa. Seguramente lleva algo pesado en brazos, aunque sus suspiros son un poco exagerados para ser causados por el peso del fardo. Por debajo de su brazo izquierdo puedo ver asomar la esquina de alguna tela de cuadros.
A eso de las 3 mi cuerpo empieza a dar señales de cansancio, no tanto por el trabajo en sí, como por el desgaste de llevar tantas horas siendo propulsado por la rabia.
El cuerpo arrastra a la mente, que, como si solo estuviera obligada a cumplir los servicios mínimos, pasa de la hiperactividad a la absoluta concentración en las tareas mecánicas.
Lleno y vacío los cubos de mi carro una y otra vez. Maldigo y sudo.
Esta noche los ecuatorianos que se reúnen en la cancha de fútbol del campus también han estado de alguna manera pendientes del partido. Hay muchas más latas vacías que de costumbre, y también más bolsas de aperitivos con nombres pintorescos.
Algunos negocios de este barrio parecen hacer funciones de local social, porque si no, no se explica que pueda haber siempre tantos restos de comida rápida delante de una peluquería afro.
Sigo avanzando calles, llenando y vaciando cubos. Maldigo y sudo.
El local de aquella esquina nunca hace ruido, ni tiene luz, ni nombre en el exterior, pero de vez en cuando se ve a alguien entrando nervioso o saliendo sudoroso por lo que parece una puerta accesoria.
Sudo y maldigo; a buen volumen, y solo mis palabras y el paso de unos pocos coches rompen el silencio. Hay otro sonido que intenta llamar mi atención, aunque no lo consigue a nivel consciente. El oído percibe y la mente procesa, pero en segundo plano.
Solo veo escoba y basura. Solo oigo el ruido de los coches, el de la escoba arrastrando la basura, el de los santos bajando del cielo por la acción de mis palabras y el llanto de un bebé.
¡Ostia!
Me incorporo y echo un vistazo alrededor. Todo es silencio. Un coche. Silencio otra vez.
Recorro todas las ventanas de todos los pisos de los edificios que tengo a la vista. Todo está cerrado, las luces apagadas, y yo, inmóvil y algo agitado otra vez, como si no quisiera aceptar la idea que empieza a nacer, meneo la cabeza.
El llanto vuelve a sonar, más claro ahora y con un eco corto e inmediato, como el sonido de un portal. Pensándolo mejor, no es llanto, sino algún otro tipo de mensaje que no se interpretar.
Desde mi posición puedo ver sin ser visto cómo el todoterreno del encargado pasa por la zona vecina, la que suele visitar antes que la mía. Sigo barriendo, atento a cualquier sonido.
Desde mi posición puedo ver sin ser visto cómo el todoterreno del encargado pasa por la zona vecina, la que suele visitar antes que la mía. Sigo barriendo, atento a cualquier sonido.
Tal como esperaba, llega donde yo estoy y detiene el coche. Me saluda con un movimiento de cabeza que correspondo, pero ni siquiera me está mirando. Está mirando si lo que dejo atrás queda limpio, y aunque lo esté, al volver al cuartel me llamará la atención por algo. Seguro. Me dice que deje esta calle como está y que vaya a otra que suelo reservar para el final. Sabe como me organizo y ha calculado que si no me va a dar tiempo a limpiar bien todas las calles, aquella es prioritaria. Es curioso, porque esa calle apenas suele estar sucia, pero él sabrá por qué lo dice.
Esta noche hay mucho que limpiar.
Fotolog 06/01/09
HA NACIDO EL MLM
Movimiento por la Liberación de las Margaritas
Nosotras las margaritas estamos hartas de la raza humana, especialmente de ese conjunto de conductas e interacciones sociales que llamais amor.
Sabemos que sois una panda de patéticos inseguros, pero ya está bien, ¡joder! ¡ya está bien de deshojar margaritas cada vez que no sabeis si os quieren o no!
¿Por qué no probais a arrancaros pelos púbicos?
A nosotras la abeja de turno nos trae polen de a saber qué otra flor que no conocemos de nada y no vamos por ahí arrancando extremidades a los humanos.
Una cosa es lo de los animales, que se nos comen. Vale, JODE, pero lo que de verdad nos envenena la savia es que nos dejeis tiradas agonizando sin pétalos en cualquier sitio, y sobre todo, los animales ¡comen las que necesitan! ¡No repiten deshojando a mi familia hasta que obtienen el resultado que quieren!
Pedimos que se nos respete y que se nos deje en paz.
Si persistís en vuestra conducta, ateneos a las consecuencias.
El MLM ha nacido, larga vida al MLM
25 oct 2009
Fotolog 10/05/09
Hay muchos tipos de espejo y muchas maneras de mirarse en ellos.
Algunas personas se miran mucho al espejo preocupadas de su aspecto externo. Pasan la vida sin conocer el interno, lo rico o pobre que sea
Otras no tienen costumbre de mirarse, y cuando pasan los años y una vez por casualidad vuelven a verse reflejadas, se sorprenden de los cambios. Se preguntan quien es en realidad la persona que ven en el espejo porque no la conocen, ni saben qué fue de la de antes.
Hay quien se mira en el espejo del tiempo, pasado o futuro, y ve lo que fue o lo que quiere ser, mientras hipnotizada por esas imágenes deja su vida presente pasar inadvertida.
Algunas usan espejos que deforman la realidad, recibiendo así una semblanza falsa, a veces confortable, otras veces torturadora.
Personas que se miran en otras también las hay, también. Unas proyectan su imagen o sus deseos sobre la vida de otras, en un esfuerzo por perpetuarse y mejorarse. Otras sustituyen su imagen por la de la persona en quien se reflejan, tomando de aquella todo lo que se les acomoda hasta que ya no se sabe quien es quien.
La mayoría de las especies animales no se reconocen ante un espejo.
El ser humano si puede, a partir del año y medio de edad, se supone.
Algunos se reconocen más tarde. Algunos nunca.
En el frontispicio del templo de Delfos, se podía leer:
Gnosti te auton
Nosce te ipsum en latín; Para nosotros, conócete a tí mismo.
De esto hace más de 20 siglos.
Foto: 15-04-09 13:00 Helsinki
20 oct 2009
Pasos y ciclos
Ayer era un año más, mas hoy es un año.
El día siguiente de mi vida pasada es hoy, y no se cuantos más habrá, pero hoy se que no serán tantos como pensaba. Ni una fracción.
Soy joven, así que a mí me matará antes ¿Suerte?
Cuando tomo consciencia de mi situación empiezo a vivir.
Vivo hoy, revivo ayer, y todavía me aventuro a vivir algo de mañana, por si acaso.
Cambio de ritmo cuando quiero.
Mi vida es lenta.
Pierdo la mirada en un punto fijo en el infinito, y ahora se por qué lo hago.Veo el infinito.
Precisamente porque se que no es momento de esperar, decido escribir cartas a toda esa gente que las leerá, y esperar su respuesta.
Hago pocas colas, pero no pierdo el tiempo cuando hago una. Me entretengo pensando en aquella chica que no besé y juro que por cada beso que no le dí, besaré al menos una vez a otra que me guste. Parecido sucede con el relato que no acabé, y con el que ni empecé, con el baile que debía y las estrellas que nunca me había parado a buscar.
Es rápida.
Cubro todo el espectro entre el amor y el odio sin reservas.
Soy yo, y si tengo que dejar una huella quiero que sea auténtica. Soy yo, no otro.
Por tierra, mar y aire me desplazo a la velocidad del pensamiento.
Me baño en sensaciones y lleno la mochila de risas y llantos.
Todo ello me ayuda a escuchar a mi propio corazón.
Hablo más, escucho más.
Hablan más, escuchan más.
Trato de principios con los que están por acabar y de finales con los que ha poco empezaron.
Trabajo, es natural, parte de la vida. También descanso.
Termino lo que empiezo, o no. Libremente. Sin prisa, o con ella. Libremente.
Elijo descubrir una superficie nueva hoy o profundizar en algo que vi ayer, saltar en un charco o sumergirme en un océano.
Elijo compañía y comunicación, o soledad introspectiva.
Elijo un rumbo o ninguno.
Ahora precisamente que distingo mejor que nunca el trazo definido de mis límites, ahora elijo mirar más allá de ellos, y elijo ser libre. Elijo vivir.
Foto de Stephen Strathdee
1 oct 2009
Fotolog 26/09/09
26/09/09
Podría haber sido en primavera
Debería haber sido en primavera
La primavera es el momento
Pero no fué
Ahora alguien ha entrado en esa cámara mantenida en penumbra y con una temperatura apenas habitable durante este tiempo que tán lento ha pasado
No se de donde sacó la llave
Entró y con una risa resquebrajó los cristales de mi invernadero, que tintados de desconfianza y rencor lo mantenían hermético
Mientras veo como caen los pedazos, vuelvo a sentir el viento en la cara y el sol en el corazón
Entró, y de un soplido limpió todas mis telarañas, como bailando, como jugando.
Sin querer
Sin saber
Sin dolor
Podría haber sido en primavera
Debería haber sido en primavera
La primavera es el momento
Pero no fué
Ahora alguien ha entrado en esa cámara mantenida en penumbra y con una temperatura apenas habitable durante este tiempo que tán lento ha pasado
No se de donde sacó la llave
Entró y con una risa resquebrajó los cristales de mi invernadero, que tintados de desconfianza y rencor lo mantenían hermético
Mientras veo como caen los pedazos, vuelvo a sentir el viento en la cara y el sol en el corazón
Entró, y de un soplido limpió todas mis telarañas, como bailando, como jugando.
Sin querer
Sin saber
Sin dolor
(He decidido recoger aquí también las entradas del Fotolog, por si acaso algún día les da la neura y me lo cierran)
12 ago 2008
Una fuga
¡Plic!¡Plic!
Incesante, cansino, agónico.
Atruena mis oidos mientras mi olfato se vuelve a embotar al contacto con el hedor de la galería, hedor que apenas había olvidado al salir al patio, donde a veces percibo una ráfaga extraviada de aire fresco.
¡Plic!¡Plic!
Continúa la gotera. ¡Qué asco de cañerías!…
Mi compañero ronca ahogadamente contra el pútrido amasijo de trapos que usa como almohada desde que cambió la suya por una aguja, completamente ajeno al repiqueteo del agua que se estrella incansable contra la agrietada taza, por la que nuestra mierda, más libre que nosotros mismos, sale al exterior.
Trato de contar los impactos de las gotas en un intento por conciliar otro sueño que no me devolverá a mi realidad más aliviado, sino atormentado por confusas pesadillas que como las gotas, se repiten noche tras noche.
¡Plic!¡Plic!
Estúpido de mí. Siento como un peso asfixiante la sensación de estupidez al recordar lo que me trajo aquí. Como latigazos, mi memoria me devuelve las sensaciones que rodearon aquellos hechos irreversibles: el confuso momento en que acepté transportar ese paquete. El miedo que sentí aquel día por primera vez, como si fuera consciente de que iba a ser ese día, y no otro, cuando se acabasen mis transportes. La ansiedad y el sudor frío cuando buscaba precipitadamente el arma con mi mano torpe y temblorosa para retrasar a balazos lo que sabía inevitable. El horrible vacío en mi ser cuando el primero de los perseguidores que abatí cayó ensangrentado al suelo de aquel aparcamiento.
¡Plic!¡Plic!
¡Estúpido!
¡Plic!¡Plic!
¿Por qué?
¡Plic!¡Plic!
¿Por qué no lo dejé cuando sabía que estaba a tiempo?
¡Plic!¡Plic!
Vuelvo a pensar en el aire del patio, donde suelo caminar por entre montones de basura, pateando lo que encuentro con cuidado de no mancharme o cortarme. Basura animada e inanimada, humana y menos humana, consciente y menos consciente. Basura extrañamente parecida a mí, en la manera en que me percibo ahora, como un ser que una vez tuvo una dignidad humana que ve disiparse día a día en los rincones de este recinto, junto con la dignidad de otros, evaporándose igualmente como un caldo con miles de ingredientes que mancha el suelo y el sol va secando.
¡Plic!¡Plic!
Anhelo un grito desesperado de algún abstinente que rompa la infernal cadencia, un insulto, una riña o los lloriqueos de algún nuevo que piensa que el llanto disuelve los barrotes.
¡Plic!¡Plic!
Seguirá toda la noche, como las anteriores y como las que me quedan, como base de una dolorosa sinfonía cuyas otras voces me resultan casi igual de hirientes.
¡Plic!¡Plic!
Me castiga y marca en fracciones desconocidas el paso de un tiempo que no termina.
(Dedicado a la gente que participó en el CTSMRA 2008)
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