28 nov 2007

El año que vivimos anodinamente

¿Donde estoy? Tengo un dolor de cabeza que me taladra.

No veo nada, aunque creo que tengo los ojos abiertos. Esta no es mi cama. El colchón es más blando, y además no suelo dormir boca arriba. El olor, desde luego, no es el de mi habitación. No huelo mi sudor en la almohada, ni la madera de mis instrumentos, no huelo polvo.
Oigo alguien a mi lado. Un suspiro. De mujer. Buena señal, si no fuera porque tampoco percibo rastros olorosos de sexo.
Por fin empiezo a ver algo. El techo es blanco y está muy alto, y la lámpara es bastante impersonal. La cara que veo es amable y me contempla con una expresión que creo de grato asombro.

Cierro los ojos.
Veamos… repasaré lo que hice ayer: Era nochevieja. ¡Feliz 2007! Buen número, sin rima estúpida para replicar a la tele. Estuve trabajando hasta las 6 de la mañana, y cuando mi jefe me dejase en casa, tenía pensado ver a los colegas que quedasen por ahí y recoger sus restos para ir a tomar la última. Supongo que al final encontré alguna mujer dispuesta a recoger los míos. Lástima que no recuerde nada.

Abro los ojos y la cara sigue allí. Ahora noto un cierto olor a metal esterilizado, y empiezo a bajar la vista de los ojos a la boca de esa mujer para darme cuenta de que está hablando conmigo. Solo puedo decir “hola” y ella comprende que no he oído nada de lo que me ha estado diciendo, aunque no parece molesta. Sigo bajando la mirada y veo su elegante cuello, con una cadena que se acaba perdiendo en la prenda blanca que viste, una bata blanca con el distintivo azul del hospital central de Asturias sobre el pecho izquierdo.

Esos dos colores me refrescan la impresión borrosa de una señal azul mezclándose a toda velocidad con el resplandor blanco de las luces de un coche.

Ayer no bebí. Nunca bebo trabajando. Pero no era yo quien conducía, ni fue ayer, sino hace exactamente un año, como confirma el periódico de hoy.

Año nuevo, vida nueva, más que nunca.